Pitete el cometa

Pitete era un cometa al que le gustaba jugar a saltar de estrella en estrella. A Pitete le hacía mucha gracia cuando al acercarse a una estrella, ésta tomaba aire y más aire hasta que su tripa se inflaba tanto que cuando llegaba Pitete, rebotaba y era lanzado de estrella en estrella.

Todas temían la estela de Pitete, pues con un solo roce de su gran cola les hacía mucho daño, pero nunca se lo habían dicho al cometa.

Y así iba él, de estrella en estrella jugando y saltando.

Una noche, una estrella ya muy mayor, aún estaba adormilada y no vio a Pitete; no tomó aire, ni infló su tripa y por ello el cometa no rebotó. Cayó en ella y sin saber él lo que sucedería, hizo un agujero en el cuerpo de la estrella dejándola sin una patita.

   Una parte de Pitete se enfrió, porque las lágrimas de su tristeza no aguantaban el dolor de la estrella. Poco a poco fue menguando hasta quedar dormido.

—¡Despierta, niño! No te quedes en mi regazo y mira— le dijo la estrella señalando a una pequeña luz que brillaba, delante de ellos. —No estés triste, niño, que algo hermoso ha sucedido.

—¿Qué es? —Dijo Pitete secándose otra lágrima.

—Es un nuevo cometa que se ha creado con el golpe. Lo llamaremos Antón ¿Qué te parece?

—Me gusta mucho su nombre. ¿Por qué él no tiene cola como yo?

—Porque tiene que crecer, así eras tú hace muuuucho tiempo, pero no lo recuerdas. ¡Anda ve a jugar con él!

La estrella animó a Pitete que comenzó a brillar de nuevo con gran intensidad y marchó con su nuevo amigo.

—Correréis y viajareis por todo el universo. Ya me contareis lo que vais viendo, queridos niños.

Desde entonces, Pitete ya no juega a saltar de estrella en estrella, ahora juega con Antón a hacer carreras y bonitas piruetas.

Autora: María José Vicente Rodríguez

FANNY Y NIKI

Fanny, de sobrenombre “La Exploradora”, montada en su vehículo descolorido y maltrecho, Niki, investigaba volando bajo sobre Aguas Santas. No buscaba nada en concreto, solo observaba cada hueco, cada forma, cada espacio que llegaba a su retina y procesaba la información con rapidez, como si de un robot se tratara.

Algo llamo su atención, un objeto brillaba sobre Aguas Santas.

—Niki, pósate con suavidad, necesito ver qué es eso que brilla tanto. —Ordenó a su vehículo, que se lanzó atropelladamente sobre la superficie. —Menos mal que he dicho con suavidad, sino nos matamos aquí mismo, eres una auténtica chatarra. A ver cuando puedo cambiarte por algo mejorcito.

—¿Y cómo quieres que te trate con suavidad si quieres cambiarme por algo mejor?

—Pues sí que estás susceptible hoy, si lo llego a saber le pido prestado a Jairo su Mik.

Niki abrió el techo y disparó del asiento a Fanny, lanzándola por los aires. 

—¡Ey, estás hoy peligroso! ¿Se puede saber qué te pasa?

—Que, ¿qué me pasa? ¿Cuándo voy a tomar un alimento apropiado para mí? ¡Estoy harto de mondas de patatas, naranjas y carne podrida! Necesito algo de fuel, una buena gasolina o diésel. También podrías cambiar mis circuitos y ponerme eléctrico, te saldría más barato, ¡me podría cargar con la luz del sol!

—Eso, y por la noche no podríamos salir.

—Fanny, eres una humana ignorante. Puedo guardar la energía que voy absorbiendo, la almaceno. ¿Tú qué crees que voy haciendo con las podredumbres que me vas dando? ¡Almaceno su energía!, porque me das poco alimento. Encima me tengo que racionar. Me das una miseria. —Niki estaba apoyado sobre las ruedas delanteras y agitaba sus pequeñas alas, riñendo con ellas a Fanny.

—Bueno, ya veré cuando tengo pasta y te cambio.

—¡¡¡¿Qué me cambias?!!! ¡¡¡A que te vas andando!!!

—Vale, vale, ¡anda toma una chocolatina!  A ver si te animas. —Fanny le lanzó el chocolate y Niki abrió su depósito y lo cazó al instante, triturándolo con suavidad.

—Eso si lo haces con delicadeza, ¿no? — Antes de que el otro contestara Fanny se dio la vuelta en dirección hacia el objeto brillante.

Fue despacio, tanteando el terreno, nunca se sabía lo que se podía encontrar en Aguas Santas. Se agachó y se deslizó por el suelo hasta llegar al lugar de donde provenía el brillo. Sacó un cuchillo de su mochila y dio un golpe seco sobre el terreno transparente que se abrió de golpe sin resquebrajarse, situaciones imprevistas solían suceder en Aguas Santas.

—Niki, acércate. Necesito que introduzcas tu tubo inyector y absorbas el objeto por esta abertura, no me fío de meter ahí dentro el brazo. 

—Claro, tú no te atreves y me pides que pierda mi tubo ¿no? —A pesar de las quejas, Niki no iba a permitir que Fanny corriera peligro alguno.

 Introdujo el inyector. Todo alrededor era líquido. Tomó una muestra y al instante lo analizó: era agua con un alto contenido en sodio.

—Fanny, todo esto está cubierto de agua muy salada, en un porcentaje muy elevado. La temperatura es la misma del exterior, no hay variación alguna. Cógelo. — Niki le dejó el objeto encima de la mano con mucho cuidado.

En unos segundos dejó de brillar.

—Qué extraño, ha dejado de brillar. —Fanny sacó un vaso de lata de su bolso y lo introdujo en el agujero llenándolo del agua salada y lo vertió poco a poco sobre el objeto; éste comenzó a lanzar pequeños destellos de luz verde.

Lo extraído del lugar era una figura rugosa con forma cónica, parecido a un huevo, con líneas horizontales y entre sus separaciones aparecían diferentes dibujos parecidos a las runas y símbolos egipcios. Fanny lo cogió por cada extremo y se giró al presionarlo. Bajó a la siguiente línea e intentó moverlo, pero el huevo no hizo nada.

—Fanny, está ya seco, el primer giro se ha realizado porque aún tenía restos de agua salada.

—Abre el maletero, por favor, voy a coger el cuenco Fíber. Es transparente y lo podemos llenar de agua y ver cómo reacciona esto, el mismo cuenco no dejará que escape ni una sola gota.

Fanny introdujo en el cuenco el objeto y lo llenó de agua, con las manos comenzó a girar el huevo por las líneas horizontales. Cada una de ellas emitía un color distinto, unos más brillantes que otros y emitían sonidos muy atrayentes con unas notas unas más agudas, otras más graves.

—Es un juguete muy bonito, ¿no crees Niki?

—Fa, fan, fann, Fanny, mírate— Niki le mostró el espejo y la muchacha pudo ver su reflejo todo cambiado.

Los pelos los tenía morados, los ojos se le habían vuelto naranjas y verdes, los brazos y piernas los tenía en tonos que iban desde celestes a los azules más oscuros y su cara era amarilla y gris. Todo su cuerpo estaba cubierto de multitud de ondas de todos los colores del arcoíris.

Cada color se asoció a un sonido y modificó el cuerpo de Fanny según la energía que emanaba de él.

—Niki, inténtalo tú, ¿podrás ser capaz?

El vehículo cogió el objeto con la punta de sus alas, que extendieron unos finos filamentos similares a la función de unos dedos, presionó con cuidado dentro del cuenco Fíber y comenzó a girar, pero ningún cambio se produjo. Por más que lo intentaba el huevo no se movía, ni emitía ningún sonido.

—Este objeto reacciona tan solo con los humanos, o al menos, al contacto con un ser vivo. —La voz de Niki sonaba un poco triste, —mírate, tu color empieza a desaparecer, no es duradero.

—Vamos a intentarlo los dos juntos, tú coges por una parte y yo giro por otra a ver qué sucede. —Intentó animarlo Fanny, —Pero antes déjame rociarte con un poco del agua salada.

Así lo hicieron, un giro a la derecha y otro a la izquierda y se creó una autentica armonía de sonidos que se reflejaron en el cuerpo de Fanny y en la carrocería de Niki. Pero algo más sucedió: Niki cambió por completo su aspecto; sus ruedas, alas y motor cambiaron por completo, ya no tenía nada que envidiar a los mejores y nuevos modelos de auto-aviones. Solo sintió mucha sed. Un tubo salió de su depósito y se introdujo en la abertura por donde habían recogido el objeto brillante, se sumergió y se llenó de aquel agua que le daba cada vez más resplandor.

—¿Qué te parece si lo llamamos Hovoluz? — Le preguntó Fanny a Niki con el objeto brillante sobre las manos.

—Como si te importara lo que a mí me parece.— Niki  le guiñó un ojo y le sacó la lengua.

—Después de todo, sigues siendo el mismo. —Fanny se abrazó muy fuerte al morro multicolor del auto-avión.

Autora: María José Vicente Rodríguez

Imagen: Pixabay

UN CHASQUIDO DE DEDOS

     Soy Lázulis. Me basta un chasquido de mis dedos para que todas las mariposas de los alrededores se adhieran a mí. Debo hacer esto cada diez días si quiero seguir viviendo como humana.  Esa fue mi elección.

              De mis amigas absorbo  la elegancia, el exotismo o la fuerza  cuando lo necesito; puedo mimetizarme y cambiar mi aspecto cuando lo deseo. Aunque casi siempre soy así, de  apariencia frágil,  pero muy peligrosa;  bobalicona,  con gran inteligencia, dulce aunque áspera y amarga cuando se tuercen mis deseos. Generalmente, adopto la figura con más poder de atracción hacia los hombres.  Mi pelo es de color negro como el azabache al igual que mis ojos; de cuerpo delgado con formas redondeadas,  muy femeninas y quizás felinas.

               Aún no me he reproducido. No encuentro un varón que me haya seducido lo suficiente para que,  como dicen las mujeres,  lo ame.

             Amar,  siempre esa palabra,  esas proposiciones que a todas las damas les hace derretirse.

           

Llevo entre los humanos una década,  buscando al macho oportuno para poder vivir y hacerlo en libertad.    Me preocupa no encontrarlo. Tengo dos años más para procrear, sino volveré  a mi estado natural y al poco tiempo moriré. Se acorta mi tiempo.

            En mi búsqueda de ciudades, no soy capaz de sobrevivir en lugares fríos,  llegué a aquella ciudad que me maravilló: sus paisajes,  colores y olores me apasionaron. Pero me sentía agotada,  necesitaba de nuevo hacer mi metamorfosis, chasqueé  mis dedos pero muy pocas mariposas vinieron a darme su energía, las justas para volver a nacer.

              Entré en el círculo de personas más acomodadas de la ciudad pues me resultaba muy sencillo;  mis ropas,  lengua y educación se mimetizaban con el ambiente y conectaba de inmediato. Enseguida me acogió una familia,  la más rica del lugar, que en pocos días organizó una fiesta de bienvenida y… sí, allí lo conocí.   Rodeado de hermosas mujeres,  era el hombre más apuesto que había conocido hasta ahora.  De pelo anaranjado y negro,  unos ojos oscuros que emanaban fuerza,  inteligencia y seguridad. Y aquel olor y su voz… ¡me hacía perder el sentido,  me atraía tanto!

              En ese preciso momento conocí el amor,  aquella palabra odiosa que no entendía.  Ahora sólo él estaba en mi mente,  no existía otra idea, Morpholacis, ese era su nombre.

            Él era la persona que elegía para perpetuar  mi nueva especie,  me fecundaría y viviría siempre sin tener que renovarme cada diez días.  Estaba preparada.

             A la octava noche de estar en este maravilloso lugar Morpholacis y yo nacimos, nos amamos como humanos.  Conocí lo que decían que era la felicidad.  El sueño nos venció y dormimos abrazados.

             Al despertar él no estaba a mi lado.  En la almohada había sólo una hermosa y gran mariposa monarca con sus magníficas alas negras y naranjas marchitas, muerta.  Motpholacis estaba muerto.

            Lágrimas humanas cayeron por mis mejillas  ¿sería tristeza o desesperación?

            Había sido fecundada por un individuo de mi especie,  ya no tenía más esperanza de vida, pasado ese día ya no podría chasquear  mis dedos,  mi vida se vería reducida a seguir siendo una mariposa negra.

            Autora: María José Vicente Rodríguez.

Blog de WordPress.com.

Subir ↑

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar